Las Flores Amarillas

Las flores amarillas, siempre iguales, se alzaban hasta donde llegaba la vista, el azul infinito del cielo casi inmaculado estaba manchado por un par de nubes pequeñas y blancas. El clima era fresco, la brisa acariciaba la piel y ponía a la vez un suave murmullo en el oído: Respira profundo, ya todo está bien. Junto con ella, llegaba el lejano y casi imperceptible sonido de un arroyo. ¿De dónde vendrá? El sonido provenía de todas partes. Todo lo envolvía todo, en cada dirección una extensión infinita de flores y cielo y murmullo. Una perfecta acomodación natural que no parecía dejar nada al azar. Aun debajo de los pies había flores algo magulladas por el peso, aun encima de la cabeza había cielo y pocas nubes y en el pecho la infantil sensación de estar en casa, una casa cálida pero vacía, sin movimiento, sin conflicto, muerta.

Empezó a caminar.

La temperatura siempre igual salvo por la ocasional brisa invitaba más bien a acostarse a disfrutar del sol. Las flores parecían recuperarse instantáneamente luego de cada pisada, pues al darse la vuelta todo parecía igual, inalterado.

Después de mucho caminar y casi sin darse cuenta, apareció en la lejanía una cabaña. Un solo piso hecho de madera, era completamente natural que estuviera allí, como si hubiese estado desde siempre al igual que aquellas flores, pues ese amarillo no había crecido sobre la tierra, sino que invariablemente estaba allí e invariablemente siempre estuvo allí.